ALGUNAS CUESTIONES SOBRE EL AMOR. CRÍTICA DE LA IDEA DE "AMOR TÓXICO".


En todos los tipos de amor, ya sea en las relaciones entre amigos o entre padres e hijos o en las relaciones de pareja, uno de los mayores desafíos radica en cómo alojar la otredad del otro o de los otros, es decir cómo le damos lugar a lo distinto que inevitablemente surge de la relación con el otro. El otro es otro, no siempre será lo que yo necesito que sea o lo que yo quiero que sea o lo que yo imagino que sería ideal que el otro fuera. El otro no va a hacer lo que yo hubiera hecho en su lugar, ni va a responder como a mí me hubiera gustado que responda, ni va a hacer lo que a mí me gustaría que hiciera, precisamente porque ES OTRO, distinto a mí. Es un poco como el chiste ese que alude al Evangelio: 'no hagas a otro lo que te gustaría que te hagan a tí, porque el otro puede tener distintos gustos'.
 

En todo vínculo amoroso vamos a tener que soportar, que alojar, que darle lugar a la diferencia. Uno suele reclamarle al otro lo que uno hubiera hecho en su lugar, o lo que yo hice por vos y vos no hiciste por mí. Todos tenemos esa tendencia a ‘pedir rendición de cuentas’ de lo que cada uno hizo y el otro no hizo, y muchas veces nos olvidamos que el amor implica generosidad, y cierta suspensión de nuestros propios deseos o de nuestro propio ego.

Hay un mandato que uno puede ver en muchos discursos mediáticos, en las redes y en el habla cotidiana donde pareciera ser que hay que extirpar el sufrimiento de las relaciones amorosas, o evitar la angustia a como dé lugar. Está claro que no se trata de hacer una apología del sufrimiento o postular una suerte de masoquismo o de creer que sufrir es necesariamente un gesto artístico o interesante. Sin embargo, creer que hay una forma de contrarrestar el padecimiento para intercambiarlo por una especie de garantía de no sufrimiento, inevitablemente implica a la larga o a la corta, que el otro básicamente me resbale, me sea indiferente.

La única forma de asegurarnos de que no haya sufrimiento es mediante una forma de ‘impermeabilización’ de lo que le pasa al otro, de que los demás no me importen demasiado, de que todo me parezca lo mismo total lo único importante debo ser yo y mi propio ombligo. Asumir un grado de indolencia y de preservación para que los demás no me afecten no me parece un camino deseable ni virtuoso sino cobarde, mezquino y falso. Hay una cierta insistencia en que nada nos afecte, porque en última instancia para que nada nos lastime, para que nada nos haga padecer, para que nada nos haga sufrir, en un punto el horizonte sería que nada nos importe. ¿Qué deberíamos hacer, construir vínculos que no nos afecten? ¿Qué deberíamos hacer, colocar el amor en una especie de caparazón impermeable, de amianto o de caja fuerte para que no haya zozobra o no haya angustia o no haya algún grado de padecimiento posible? Eso sería arrojar al amor a la indolencia, al desinterés, lo cual dejaría de ser amor. Que las cosas te resbalen está EN LAS ANTÍPODAS de lo que uno entiende por amor. Y está claro que siempre habrá cosas del otro que nos vienen mejor, otras peor, y otras nos resultan molestas o nos producen fastidio o nos incordian. Y es que justamente en eso consiste ser otro: si el otro encajara por completo en las formas y en los parámetros de mi propia disposición o de mi propio deseo, el otro no sería un otro sino una proyección de mí mismo. El otro nunca es ‘a la carta’, no es ir a un restaurante y elegir un menú de lo que me gusta y descartar lo que sobra o lo que me desagrada. Si uno es padre o madre, no puede amar a su bebé solamente cuando lo hace reír o cuando le parece tierno, pero después a la hora de cambiarle los pañales dejarlo que lo haga solo o no soportar que llore a la noche.

El otro es otro sobre todo en lo que no encaja, en lo que se desacopla, en lo que no armoniza con mis propios deseos o necesidades. Si no el amor sería diseñar a un otro ideal que responda a las necesidades de uno mismo. Y eso no sería amor. En la medida en que el amor es amor por otro, y no una suerte de expansión del amor propio, el otro no va a encajar nunca en nuestras propias necesidades, en nuestros propios deseos, en nuestra propia forma de ver el mundo. Hay que resignar cierto grado de amor propio para que el amor por el otro pueda transcurrir.

Esa ilusión de indolencia en la que el otro no debe afectarme, no debe hacerme sufrir nunca, no debe molestarme, va produciendo cada vez más aislamiento, cada vez más angustia, cada vez más soledad. Y no la soledad elegida, que siempre es necesaria y yo mismo la defiendo y la disfruto, porque me gusta permanecer momentos a solas para leer, para escuchar música o para reflexionar. Está claro que los momentos de soledad se disfrutan por contraste con los momentos de sociabilidad, cuando son elegidos en lugar de ser vividos como una suerte de  imposición de las circunstancias. Estoy hablando de una soledad nociva, producto de un ideal de indolencia que es falso, que no puede darse en ninguna relación amorosa auténtica y humana. Eso produce una soledad en el mal sentido, en términos de estar aislados, solos, angustiados, desconectados de los demás. Ese ideal de indolencia genera mucha más frustración, porque no es realista: no debiera doler y duele, y qué se hace cuando duele. Y es que ES IMPOSIBLE QUE NO DUELA, PORQUE EL OTRO ES OTRO Y A VECES REALIZA COSAS QUE NO NOS GUSTAN, y eso no necesariamente quiere decir que el otro lo haga a propósito o que intente molestarnos. La pretensión de armonía, que las cosas funcionen, que siempre encajen, que el otro siempre se ajuste a mis deseos y necesidades… eso es una utopía que no ocurrirá nunca en ninguna relación amorosa auténtica. Hay que habilitar que las cosas no cuajen, que no siempre ‘funcionen’, y eso produce mucho más alivio que perseguir un ideal que al fin y al cabo no es más que una forma de indolencia en la que los demás no me importen nada o me importen poco.

 

La apatía, que el otro me sea indiferente, es justamente lo contrario de la pasión: que no haya ningún afecto, ninguna pasión, no es un ideal deseable. Tenemos que entender que NO HAY DESEO SIN ANGUSTIA, porque la angustia es por estar vivos, y la única forma en que se termina la angustia es si estamos muertos. Aún no acabas de nacer cuando empiezas a morir, amamos a personas que sabemos que van a morir y somos conscientes de nuestra propia muerte. ¿Cómo vamos a pretender existir sin estar angustiados? Y nuevamente, no se trata de padecer por padecer, por puro goce masoquista, ni de dejarse maltratar o de festejar que nos falten el respeto. Estar vivos implica angustia, implica zozobra, y no todo el tiempo pero sí en muchos momentos. Ejemplo: una madre ama a su hija o hijo, ¿cómo no se va a angustiar si se va de viaje? La madre se va a alegrar porque sabe que el hijo o la hija tiene la ilusión de viajar, pero también existe la posibilidad de que la madre se angustie ante la posibilidad de que le pase algo malo. Y esa angustia no se puede extirpar como si fuera un tumor. Nadie puede sufrir en lugar nuestro ni morir por nosotros, y nosotros tampoco podemos sufrir o morir en lugar de alguien a quien amamos mucho. Amar implica, al menos en algún momento, angustiarse, y entender eso es tener la lucidez de amar mejor, en lugar de elegir la indolencia o la indiferencia o el egoísmo porque estamos muertos de miedo. AMAR IMPLICA TENER CORAJE, aunque más no sea el coraje de sabernos vulnerables.

                                                                            

LA IDEA DE LOS "AMORES TÓXICOS"

 

Hoy quiero escribir sobre un tema que está bastante presente en el habla cotidiana. Antes que nada confieso que no me gustan mucho los libros de 'autoayuda', y me parece importante decirlo porque puede llegar a ser un buen punto de partida para conversar/discutir/discrepar amorosamente con  quienes me lean.

¿Puede haber un amor que sea indoloro, todos los dolores son malos, todos los dolores son iguales, no hay relación entre nuestros dolores y nuestros placeres? Está claro que el amor no tiene necesariamente que doler, ni es un imperativo ni una obligación que duela, pero se trata de una POSIBILIDAD siempre latente. Amar a alguien siempre implica darle ‘armas’ para que nos lastime, incluso más allá de su voluntad. Hay heridas amorosas que nos sirven para pensar, para pensarnos, para crecer. Más que repetir como un mantra que ‘el amor no debe doler’, tenemos que entender al dolor como una posibilidad, como un riesgo que está implícito en todo encuentro con los otros. Los vínculos amorosos son fuente de dolor, de malestar, de VULNERABILIDAD, de riesgo. La vulnerabilidad es parte de la condición humana. La piel fina que te permite sentir una caricia, es la misma piel que puede ser más fácilmente desgarrada por el filo. Si uno tiene piel de cocodrilo para sentir el dolor, también la tendrá para no sentir las caricias. Todo gran placer conlleva la posibilidad del dolor. Como diría Macedonio Fernández, si los dolores son de juguetería, los placeres también serán de juguetería, mientras que si los dolores son de herrería, también lo serán los placeres. Esto no tiene nada que ver con prestar consentimiento para que los demás nos maltraten o nos golpeen o nos insulten o nos falten el respeto.

 

Si los otros no nos producen una conmoción, no nos sensibilizan, si el otro no nos afecta entonces tampoco hay pensamiento ni fiesta ni riesgo ni dolor, sino anestesia. Eso de que ‘el amor no duele o no debería doler’ es una frase que me parece profundamente mentirosa y profundamente COBARDE. ¿Deberíamos apostar a amores que no nos arriesguen al dolor, a la incomodidad, al malestar, al miedo, a la vulnerabilidad, al peligro? Y no estoy abogando por el amor romántico de las películas y las canciones que han hecho del dolor romántico un mandato afectivo normalizador, y de las relaciones de pareja el modo más alto de amor, que es en rigor un mecanismo de control y de desagregación social. Para mí la amistad no es menos importante que el amor de pareja. No le asigno a la pareja una jerarquía superior.

 

Querer renunciar a todos los dolores es como querer renunciar a la vida y al amor, allí donde la vida y el amor se parecen también al pensamiento. No puedo imaginar ni tampoco quiero un amor sin dolores, porque no nos sirve ni nos prepara para una de las cosas más lindas de amar: abismarse a un otro, perderse de uno mismo en el punto en que el otro o los otros NO SON PLENAMENTE CALCULABLES, a veces incluso también perder algo de nosotros mismos. Apostar a un amor sin dolor nos impide encontrar lo inesperado, el riesgo, lo que interrumpe nuestras certezas, lo que contradice nuestras convicciones, lo que nos abisma, lo que nos hace crecer y transformarnos, lo que nos arriesga, lo que nos sostiene, lo que nos desborda, lo que nos cobija.

 

En mi opinión, los discursos que tienen como una suerte de mandato sobre que ‘el amor no debe doler’ están muy presente en la 'literatura de autoayuda', que son los libros de psicología que más se venden. Autores como Stamateas, que popularizó el término ‘amor tóxico’, me parecen productores de frases más propias de un pastor evengalista que de un psicólogo profundo y sensato. Con Magalí Tajes me pasa un poco lo mismo. Para mí son discursos que llaman a la identificación, a la fascinación. Fascinarse, que viene del latin fascinum, que a su vez viene de falo, también quiere decir petrificarse, paralizarse. Eso es el efecto de masa: uno queda paralizado y no puede pensar. No tengo nada en contra de los pastores, pero tienen un discurso evangelizador.

 

Me gusta algo que dijo Alexandra Kohan sobre estar ‘intoxicado’:

 

"Una vez a Lucrecia Martel (guionista y directora argentina de cine) le preguntaron cómo había decidido filmar Zama. Ella contó que se encontró con esa novela y que su lectura la había “intoxicado”. Y yo entendí perfectamente. A mí también me intoxicó. Leer, leer a otro, tiene que ver un poco con intoxicarse. Es como la palabra “fármaco”, que viene de los griegos: es algo que por un lado te cura y por otro te envenena. Bueno, las relaciones son así. Y eso que te envenena, no es porque el otro sea malo. Uno también produce su propio veneno".

 

También se suele decir que las relaciones ‘tóxicas’ se solucionan con amor propio. El mensaje parece ser, ¿para qué vas a buscar a otro si afuera es todo hostil? Quedáte en casita, que estás más protegido. Ahí me parece la clave es la palabra “necesidad”. Porque uno puede decir “yo no necesito a otro, pero quiero estar con otro”. Hay que separar la necesidad de las ganas. Porque una cosa es el anhelo, por ejemplo, estudiar una carrera. Y otra cosa es que se conviertan en imperativos: hay que hacer una carrera. La gente sufre de eso y la cura es hacer caer esa idea de que tenés que saber hacia dónde va tu vida. ¿Cómo podrías saberlo? Eso trae frustración. Cualquier cosa que se ponga adelante como proyección, en algún momento empieza a ser un obstáculo. En términos de amor es lo mismo.

 

Como dice Alexandra Kohan:

 

"Cuando te mirás al espejo, tenés una imagen tuya, una idea de vos. Y el otro, cuando te ama, hace que eso se diluya un poco. No te ama por lo mismo que por lo que vos creés que sos. Por ejemplo, vos decís “no me gustan mis piernas”, y viene el otro y te dice que lo que más le gusta de vos son tus piernas. ¿Qué haces con eso? Soportar ser amado, es dejarse tomar por otro. Y justamente el amor propio es lo contrario. Porque el discurso del amor propio es “amate tal cual sos”, con esas piernas, con ese culo no hegemónico. Si vos te amás demasiado tal cual sos, no hay lugar para otro. Porque el otro va a venir a decirte otra cosa. La mirada del otro te modifica, porque el amor hace de uno, otro. Te hace extraño para vos mismo. Uno nunca es amado por lo que cree que es. Hay una ilusión neurótica de creer que sabemos quiénes somos y quién es el otro. Entonces se arenga a favor de un amor propio pretendiendo ilusoriamente que así se dará lugar a relaciones que no serán “tóxicas”, sin advertir cómo ese discurso nos deja alienados al individualismo. Porque es muy individualista el amor propio. No puedo dejar de escucharlo en términos de propiedad: “no te metas conmigo”. Si se dice que el otro no es tuyo, que no es tu propiedad, entonces vos tampoco sos tu propiedad. Y el amor tampoco lo es. Además de que se presume que existe un yo que no necesita nada del otro, cuando no es así".

 

 

 

La idea del amor ‘tóxico’ prendió mucho porque te desresponsabiliza de todo. Pareciera que el tóxico siempre es el otro, vos no tenés nada que ver. ‘No te juntes con gente tóxica’. Bueno, entonces te vas a quedar solo en tu casa para siempre, leyendo libros de autoayuda y tratando de producir, que es para lo único que te quiere el mercado.

 

También se le pide al otro que te diga qué quiere, sin vueltas. ¿Cómo podría alguien saber lo que quiere? ¿Cómo podría alguien saber lo que quiere antes del encuentro con otro? ¿Cómo puede ser que alguien sea capaz de pensar que uno puede saber lo que quiere? Hay mediaciones entre lo que uno dice que quiere en el plano consciente y lo que después hace con eso. Esto lo descubre Freud y cambió el modo de pensar en Occidente, no se trata de si te gusta ir a terapia o no. El sujeto no es dueño de sí mismo porque hay un inconsciente. La voluntad freudiana está corrida, no es la voluntad “yo quiero”, es la de la pulsión que es un concepto mucho más difícil. Uno no siempre tiende a su propio bien.

 

Cuando te dicen ‘querer es poder’, te están mintiendo. ¿Por qué es tan difícil dejar de fumar, o dejar de comer cosas que te hacen mal, o dejar el alcohol o tantas otras cosas que te hacen mal y te cuesta dejar? Si uno traslada esa misma pulsión al plano amoroso, a menudo ocurre algo similar. Si uno pudiera saber perfectamente qué quiere el otro antes de conocerlo, se podría armar una suerte de manual de la persona ideal. Escribís las cinco características de tu persona ideal y listo, cualquiera que no entre en esa lista, deberías descartar. Sin embargo, no la descartás. Funciona como un ideal que es a priori de cualquier posible encuentro con alguien. Y los ideales molestan bastante. Pero también podrías encontrar a una persona que cumpla con todos esos requisitos y que no te pase nada. Entonces el deseo no es lo mismo que lo que uno dice que quiere. El amor, el deseo y la satisfacción pulsional son tres cosas distintas que no van directo hacia el objeto. No somos transparentes a nosotros mismos, menos, el otro va a ser transparente para uno.

 

Terminemos con un fragmento de una entrevista que le han hecho a Alexandra Kohan, que es una autora cuyo libro te había regalado hace un tiempo:

 

"Se supone que el otro no es transparente porque es mentiroso. Yo no digo que no haya gente mentirosa pero el movimiento es inverso: es suponer que el otro no hace lo que vos esperás que haga pudiendo hacerlo. “No le costaba nada llamarme”. Bueno, parece que sí le costaba, ¿por qué suponer que al otro no le cuesta? No funciona así. Después uno escucha el otro lado y resulta que se estaba carcomiendo la cabeza. En estas exigencias nunca se supone que el otro también está torturado, que tiene su propia neurosis. Siempre se lo supone libre, que sabe lo que quiere y que si no lo hace es porque es malo. Mal tipo.

 

—Tendríamos que definir responsabilidad. Una cosa es responder por lo que uno hace y otra es suponer que uno está obligado a responder por lo que suscita en el otro. Pensémoslo en un lugar más evidente. En el Derecho, la responsabilidad civil, si vos atropellás a alguien, el seguro responde por ese acto. En términos generales yo puedo estar obligado a responder por mis obligaciones cívicas, ahora ¿qué quiere decir responsabilidad afectiva? ¿Que yo debería responder por qué?

 

—Yo no tengo cómo saber lo que te voy a causar. Lo que vi de la responsabilidad afectiva es que es una traducción de “hacerse cargo” y hay cosas por las que no hay que responder. Pongamos un ejemplo concreto. Vos no histeriqueaste ni apretaste con nadie, pero al otro le dio celos y vos, en vez de alojar lo que sintió, aunque no se lo hayas causado vos, le decís “no hice nada, jodete”. Entonces está en el otro elegir con quien quiere estar: con alguien que rechaza lo que le pasa o con alguien capaz de escuchar, de ser contenedor, aunque no haya sido responsable. Pero no es que uno no tiene nada que ver porque no lo causó, es porque son cosas del otro. Es un lugar en el que el otro te quiere poner una y otra vez y eso también es violento. La responsabilidad afectiva es una especie de oxímoron. Porque uno no es responsable de los afectos.

 

—Si vos me amás, es porque hay algo amable en mi. Pero yo no tengo que responder por eso. Porque yo no soy estrictamente responsable porque lo que vos me amás. “Me desilusionaste porque yo pensé que vos…” y las ilusiones que te hiciste conmigo, no tengo que responderlas. Ahora, si yo digo que voy a pasarte a buscar a las 10 y no voy, a lo sumo decime “me cagaste”, pero no me hables de responsabilidad afectiva. Y si te lo hago una y otra vez, está en vos ver por qué te quedás esperando a alguien que te dice una y otra vez que va hacer algo que no hace. Endilgarle todo al otro, evita que uno se pregunte cosas a sí mismo. Uno siempre es bueno, casto, puro y todo es culpa del otro. No me parece. Además siempre se exige responsabilidad afectiva, pero nunca se promete. Siempre está enunciada en una sola dirección. ¿No es raro eso?"

 

En fin, tenía ganas de escribir esto, que como casi todo lo que escribo es una mezlca de olvido y recuerdo de cosas que leí, copié, pensé, y me contaron. Me parece que el texto no quedó muy elaborado pero como invitación a futuras charlas está bastante bien.

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