NIETZSCHE Y EL “MONOTONO-TEÍSMO”
Hay una muy buena colección editada
por Galerna, llamada “La Revuelta Filosófica”, que empezó a salir hace
relativamente poco tiempo, y con varios tomos que todavía están en curso de publicación, con textos de filósofos como Spinoza, Schopenhauer, Epicuro,
Eriúgena, Derrida, a cargo de profesores relativamente jóvenes de la UBA. El
estudio preliminar y la selección de textos de Nietzsche quedó a cargo de una
ex profe mía: Virginia Cano, y me parece muy recomendable su lectura.
La cosmovisión occidental padece de
lo que Nietzsche llamó, según nos recuerda Cano, “monótono-teísmo”. Esta
enfermedad tiene como síntomas más comunes la aversión al cambio, al devenir, y
por eso se apega de modo “enfermo” y “decadente” a valores absolutos, eternos,
que se ocultan a sí mismos su propia historicidad y su voluntad de poder.
Es importante destacar que la
crítica de la cosmovisión occidental no se juega, según Nietzsche, en la
dicotomía verdadero/falso sino en el terreno de la disputa por los modos de
vida: más o menos útiles, más o menos vitales, más o menos enfermos…
La filosofía no sólo pretende “librar
su batalla más allá de lo verdadero y de lo falso, sino también, más allá del
bien y del mal, es decir, más allá de esa voluntad de verdad irrestricta que ha
pensado e instituido una diferencia ‘clara y distinta’ entre ‘lo verdadero’ y
‘lo falso’, la luz y la oscuridad, la razón y el cuerpo… la vida y la muerte”
(Virginia Cano).
(Nota al margen: Cano lee a Nietzsche a la luz de Deleuze,
Foucault, Vattimo. Lo digo para que lo tengan en cuenta).
Entre otras cosas, lo que Nietzsche
le objeta al cristianismo es semejante a la acusación que le dirige a Platón,
Kant, Descartes o a la biología de su época: el temor “a la esfera completa del
devenir y la caducidad” que pretende, con su voluntad de verdad, dar con un fundamento último o
explicación definitiva en la que fundar su legitimidad y su poder. Para
Nietzsche, las ideas platónicas de un “bien en sí” o de un “espíritu absoluto”
organizan una visión dual del mundo, a la vez que fundan una moral absoluta, y
por eso se ubican en el inicio de un largo error, frente al cual él defiende la
idea de “perspectivismo”.
Hago un paréntesis para recordarles
algunas cuestiones de El Nacimiento de la Tragedia, para lo cual recurro a Rüdiger
Safranski y su Nietzsche: biografía de su pensamiento:
“La tesis según la cual la tragedia
procede de las fiestas dedicadas a Dionisos es todavía plausible dentro del
marco de la contemporánea filología clásica. Pero la tesis de la segunda
conferencia, insinuada ya al final de la primera con la referencia al ‘proceso
de descomposición’ de la tragedia por su intelectualización, tenía que
recibirse como una provocación entre los estudiosos de la filología clásica
(…).
Así pues, la conferencia sobre
Sócrates y la tragedia, tal como relata Nietzsche en la carta a Rohde de
mediados de febrero de 1870, ‘produjo espanto y tergiversaciones’. ¿Qué era lo
espantoso y expuesto a tergiversación en la conferencia?
Nietzsche critica la alta estima de
la conciencia, considera fatal el despliegue de aquel pensamiento socrático
según el cual ‘todo ha de ser consciente
para ser bueno’. Ante todo, con ello quedó destrozada la tragedia, y luego se
limitó y se reprimió de manera general el inconsciente creador. Sócrates rompe
el poder de la música y pone en su lugar la dialéctica. Sócrates constituye una
fatalidad, pues con él comienza un racionalismo que ya nada quiere saber de la
profundidad del ser. Sócrates es el comienzo de un saber sin sabiduría.
Concretamente en la tragedia, el pathos del destino fue desplazado por el
cálculo, las intrigas y las previsiones. La representación de poderes de la
vida fue sustituida por la escenificación de intrigas pensadas con
refinamiento. El mecanismo de causa y efecto suplanta el nexo de culpa y
expiación. En el escenario ya no se canta, sino que se discute. (…) ‘Nos
parece’, dice Nietzsche, ‘como si todas estas figura sucumbieran no por lo
trágico, sino por una superfetación de lo lógico’”.
(Cierro el paréntesis de Safranski
y sigo con el Nietzsche de Virginia Cano):
Para Nietzsche, la moral, la
religión, la metafísica, son al mismo tiempo remedios y enfermedades: remedios
prescriptos para esas mismas enfermedades que ellas mismos crean.
Según Cano: “La invención del
“mundo verdadero” por parte de Occidente (y de todas sus re-invenciones) ha
sido el modo en que aquellos que temen y resisten la precariedad, el deterioro
y la caducidad de toda vida y de todo devenir, se han podido mantener en vida.
O más precisamente, ese ha sido el ‘phármakon’, veneno y remedio a la vez,
herida y sutura a un tiempo, con el que el corpus ‘monótono-teísta’ ha podido
cimentar su modo de vida enfermo y decadente. (…)
‘Monótono-teísmo’ es el nombre con
el que N diagnostica a los ‘sapientísimos’ que sostienen ‘que lo que es no
deviene, y que lo que deviene no es’. Esos sepultureros creen otorgar los
máximos honores cuando deshistorizan y confunden lo último con lo primero. De
hecho, estas dos características delinean el ‘éthos’ con el que los doctos han
forjado sus grandes catedrales metafísicas e ‘ilusiones óptico-morales’ a los
que han bautizado y legitimado como ‘la verdad’. La primera ‘peculiaridad’ o
‘idiosincracia’ –como la llama Nietzsche- refiere a la falta de sentido
histórico. En el capítulo ‘La razón en la filosofía’, del ‘Crepúsculo de los
ídolos’, N interpreta esta ausencia de sentido histórico como una ‘aversión al
devenir’, que se traduce en la contraposición jerarquizante entre el ser y el
devenir. Estos ‘sepultureros’ y ‘momias conceptuales’ creen que un valor, ideal
o concepto se dignifica por su carácter eterno, es decir, ubicándose más allá
del cambio, la transformación, la vejez y la muerte. Podríamos recordar
nuevamente el sueño y la exigencia de Kant de encontrar ‘juicios sintéticos a
priori’ que nos garanticen una ampliación del conocimiento objetivo, necesario
y universal; o a Descartes y su intento de dar, finalmente, con una certeza que
sea capaz de refundar de una vez y para siempre el edificio de nuestro
conocimiento. (...)
Deshistorizando, y olvidando los
procesos de formación de las verdades, esos ‘sepultureros’ han negado el
carácter vital y finito de sus narraciones, saberes y perspectivas”.
Creo que con esto pinté un panorama
mínimo. Les vuelvo a recomendar la colección “La revuelta filosófica”, y me
despido hasta muy pronto.
¡Sean felices!
Rodrigo
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