BREVE INTRODUCCIÓN A "EL ORIGEN DE LA TRAGEDIA" JUNTO CON ALGUNOS ASPECTOS BIOGRÁFICOS DE NUESTRO AMIGO FEDE NIETZSCHE
Friedrich Nietzsche nació el 15 de
octubre de 1844 en Röcken. Tanto su padre, Karl Ludwig, como su abuelo, fueron
pastores protestantes, con lo cual vino al mundo en una atmósfera intensamente
religiosa.
Al comienzo, sus gustos musicales se inclinaban por el período clásico, representado en la obra de Mozart, Haydn, Schubert, Mendelssohn,
Beethoven y Bach. Al mismo tiempo expresa su aversión por toda la música no
clásica, especialmente lo que entonces se conocía como Zukunftmusik (“música
del futuro”), término derivado del escrito de Wagner La obra de arte del
futuro, cuyos máximos exponentes eran el propio Wagner y Franz Liszt. Como
vemos, la conversión del filósofo a la música wagneriana se produjo algunos
años después.
A su padre le gustaba improvisar al
piano, al igual que a él, aunque su temprana muerte lo dejó solitario y
serio. Si consideramos que perdió no sólo al padre sino también a un hermano
menor, a una tía y a su abuela cuando tenía menos de ocho años, le sobraban los
motivos para desarrollar en su niñez un carácter grave y reservado.
Tiempo después, se rebeló a los
deseos de su madre de convertirlo en párroco: dejó la facultad de teología y se
dedicó a la filología clásica. Cuando en la primavera de 1865 vuelve a Naumburg
para pasar las primeras vacaciones semestrales, su madre queda consternada
porque Nietzsche se niega firmemente a participar de la celebración
eucarística. Discuten y la madre rompe en llanto, teniendo que ser consolada
por una tía que le dice que todos los grandes hombres se han visto obligados a sufrir dudas y
tentaciones. Nietzsche escribirá, por aquel entonces: “si quieres conseguir
quietud de alma y dicha, cree; si quieres ser un discípulo de la verdad,
investiga”.
Compuso la primera pieza musical
que se conserva hoy a los once años: un Allegro para piano. Siempre le pareció
que el arte por excelencia, el arte más cercano a la fuerza de la vida, a lo
dionisíaco –vale decir, el arte que no nace de la imagen sino directamente de
la voluntad misma-, era la música. Más de una vez escribió que “sin música, la
vida sería un error”:
“Todo lo que (…) no se deja
aprehender a través de relaciones musicales engendra en mí hastío y náusea. Al
volver del concierto de Mannheim sentí en mayor medida el singular miedo
nocturno ante la realidad del día, pues ésta ya no me parecía real, sino
fantasmagórica”, le escribe a su amigo Erwin Rohde, a poco de venir de un
concierto de música de Richard Wagner.
Les recuerdo algo que parece
trivial pero que tal vez no lo sea tanto: en ese entonces, para escuchar música
había que ir a un concierto, o tocar uno mismo algún instrumento. Esto se nos
pasa de largo porque nosotros convivimos todo el tiempo con toda clase de
música, con sonidos de lo más variados -algunos muy molestos y otros muy
disfrutables- , motivados por la reproductibilidad técnica.
Hay una anécdota muy interesante
que alguna vez narró su amigo de juventud, Paul Deussen:
“Nietzsche había partido solo hacia
Colonia un día de febrero de 1865, y allí se agenció un guía para que le
mostrara cosas dignas de ver. Al final le rogó que lo llevara a un restaurante.
Pero el acompañante lo llevó a un burdel. Nietzsche me contaba al día
siguiente: ‘De pronto me vi rodeado por media docena de apariciones en
lentejuelas y gasa, con su mirada expectante puesta en mí. Durante un tiempo me
quedé sin palabras. Pero luego me dirigí instintivamente hacia un piano, que
era el único ser con alma en aquel
grupo, y toqué algunos acordes, que mitigaron mi rigidez y salí a la calle’”.
Como bien nota Rüdiger Safranski,
“la música triunfa sobre la lascivia”. Cuando en 1877 Nietzsche establece un
ranking de cosas según su grado de placer, le destina el primer lugar a la
improvisación musical, el segundo lugar a la música de Wagner, y dos escalones
más abajo recién aparecen los placeres carnales.
En octubre de 1858, a sus catorce
años, ingresa en la Escuela de Pforta, instituto célebre en la época por su
enseñanza de la lengua y la literatura clásicas. Allí aprende muy bien el latín
y el griego. En aquellos años escolares, Nietzsche creía que el mejor tipo de
educación es aquel que no descuida ni la mente ni el cuerpo, por lo que “hay
que educarse en todas las ciencias y artes y evitar que el estudio nos haga
desarrollarnos solamente en algunos ámbitos del saber, pues de este modo
nuestra educación siempre sería parcial y unilateral. Para alcanzar este
objetivo, lo mejor es leer a todos los escritores, clásicos y modernos, tanto
por su forma como por su contenido, y estudiar las diversas ciencias para que,
iluminado por un único sol, el árbol de la verdad fructifique”. (Pforta, 1859)
Tenía un gran afán por adquirir
conocimiento, y se interesó vivamente por todo tipo de artes y ciencias, hasta
que consideró que era necesario especializarse y eligió dedicarse a la filología.
Alguna vez dijo que los profesores
de Pforta pusieron fin a su “vagar sin plan”. Como diría Séneca, nunca soplan
vientos favorables para un barco sin rumbo; pues bien, Nietzsche descubrió en
los griegos y en la música un motivo para investigar y reflexionar acerca del
rol de la cultura, interés que lo
acompañará toda su vida.
Como sugiere Safranski, si
exceptuamos el caso de Michel de Montaigne, autor de los famosos Ensayos,
ningún otro filósofo o pensador se inclina tanto a decir “yo” en sus escritos
como lo hace Nietzsche. Creía que valía la pena que sus lectores tomen
conciencia de su mismidad, de sus dolores, de sus luchas, de sus obsesiones.
Hacia el final de su vida, en Ecce
Homo escribe: “Conozco mi suerte, un día mi nombre evocará el recuerdo de algo
terrible, de una crisis como no hubo en la tierra, de la más profunda colisión
de conciencia, de una decisión, conjurada contra todo lo que se creyó y era
sagrado hasta entonces”.
EL ORIGEN DE LA TRAGEDIA
En 1865 descubrió, en una librería
de anticuario de Leipzig, los dos tomos de El mundo como voluntad y
representación de Arthur Schopenhauer; los compró, se los devoró inmediatamente
y durante un tiempo confiesa haber estado sumido en una especie de embriaguez.
Observa con claridad que la esencia del mundo no es lógica ni racional, sino
que está gobernada por un impulso oscuro y vital.
Para abordar una obra tan compleja
y polimorfa como El origen de la tragedia, me viene bien la muy buena
introducción al Volumen I de las Obras completas de Nietzsche, titulada
“Escritos de juventud” y editada por Tecnos. Voy a extraer algunos párrafos
para que les sirvan de introducción a la lectura de este mes para nuestro Grupo de estudios sobre Nietzsche.
Recordemos que en ese escrito
temprano, Nietzsche estaba muy influido por la música de Richard Wagner y por
la filosofía de Schopenhauer. Tiempo después, y cuando ya había renunciado a su
cátedra, nuestro autor reniega bastante de ese escrito de juventud, y de su
influencia schopenhaueriano-wagneriana, y construye un pensamiento crítico
genealógico muy diferente, aunque esa es otra historia que veremos más
adelante, si es que no me dejan solo.
Para entender mejor el contexto en
el que surge El origen de la tragedia, hay que
relacionarla con la crítica que el clasicismo y el romanticismo alemán
habían formulado contra la cultura moderna a partir de cierto modelo idealizado
del mundo griego. Tanto la filología clásica como la historia y la filosofía
alemanas, se constituyeron en instancias decisivas para la comprensión del
ideal griego. ¿Por qué motivo? Porque los intelectuales alemanes creían que el
ideal griego era una manera eficaz de renovar la cultura y dar a Alemania una
identidad nacional comprendida como “nueva Grecia”. El “genio”, el
“filósofo-artista” debía producir el acto creador e innovador para oxigenar y
hacer evolucionar la transformación cultural alemana.
A continuación, me parece muy útil
robarle algunas ideas al amigo Diego Sánchez Meca, autor de la citada
introducción a sus “Escritos de juventud”, como para contextualizar un poco:
Aparte de la profunda impronta que
dejará en su pensamiento y en su vida el haber nacido y crecido en una familia
del clero protestante, casi exclusivamente criado y rodeado por mujeres, nuestro autor se educó
en el ambiente de los años en que Alemania luchaba por tener una identidad
cultural fuerte, ya que políticamente no tenía ni una historia común ni un
territorio unificado como nación. Se suponía que esa identidad le sería dada
por la educación. El neohumanismo de Goethe, Schiller, Winckelmann, Lessing,
etc.; había señalado a la Grecia antigua como la más perfecta unidad de estilo
y de carácter en cuanto nación. Constituía, entonces, el modelo a seguir en la
tarea del cultivo, recuperación y renovación del verdadero espíritu alemán, el
cual debía dar su contenido propio a una Bildung (formación) capaz de
delimitar, moldear y construir la singularidad del individuo y del pueblo
alemán. En esta Bildung debían confluir, en concreto, el estudio de la
Antigüedad clásica, la religión luterana y la lengua y literatura germánicas.
Eso explica la preeminencia de los estudios humanísticos en el sistema
educativo alemán. Recordemos que en 1810 se crea la Universidad de Berlín, de
la que Wilhelm von Humboldt fue su principal instigador.
El Nietzsche joven intentó siempre
educarse bajo la estricta órbita de los principios de la Bildung. De hecho,
muchos de los escritos iniciales que nos han llegado formaron parte de la
asociación Germania, fundada por el propio Nietzsche junto a sus amigos de la
infancia: Wilhelm Pfinder y Gustavo Krug.
La poesía es la máxima expresión de
la individualidad popular, por lo que antes de ser filólogo había que ser
poeta. Así, los temas preferidos por el Nietzsche niño y adolescente son los de
las leyendas germánicas, de entre las cuales su héroe favorito es Hermanarico,
rey de los godos, cuya muerte le inspira un poema épico, el esbozo de una
tragedia, una composición musical, un ensayo filológico y otro histórico.
Entre sus lecturas juveniles,
además de Hölderlin, sobresale Emerson, cuyos Ensayos le atraen enormemente,
sobre todo esa mezcla de romanticismo europeo y optimismo norteamericano.
Schulpforta, la institución escolar
que les nombré antes y donde Nietzsche hizo la secundaria, era la perfecta
síntesis de los ideales de la burguesía culta (Bildungsbürgertum) de ese
entonces. Su estudio de despedida sobre Teognis de Megara, le valió para ser
admitido por Friedrich Ritschl, prestigioso catedrático de Filología clásica en
Bonn y en Leipzig, en el selecto círculo de sus alumnos universitarios.
Para Nietzsche, los estudios
clásicos no eran una excusa para ejercer la erudición vacía, sino una forma de
recuperar del modelo griego la idea de una educación como construcción de la
individualidad que haga posible reconducir la fragmentación del hombre y la
sociedad modernas a su unidad originaria.
En determinado momento, el joven
filólogo Nietzsche, educado en la rígida disciplina de Pforta y entrenado por
Ritschl en las técnicas positivistas del estudio erudito de la Antigüedad,
sucumbió fatalmente a la personalidad y la música de Richard Wagner. El destino
quiso que su nombramiento como profesor en Basilea a sus veinticinco años –por recomendación de su
maestro Ritschl no tuvo que hacer un examen para doctorarse- coincidiera con el
encuentro con Wagner, del que nació un compromiso cada vez más fuerte con la
justificación ideológica y la difusión del proyecto wagneriano de una
renovación estético-política de la cultura alemana.
En síntesis y para no divagar más:
sus inclinaciones filosóficas chocaron con las funciones y obligaciones propias
de un profesor de filología y con los compromisos y tareas de un propagandista
wagneriano, hasta que, tras la fuerte crisis personal de 1875-1876, se acabe
alejando definitivamente de Wagner y abandone la universidad para realizar sus
aspiraciones iniciando su vida de filósofo errante.
A mediados de 1870 le había escrito
a su amigo Rohde: “Ciencia, arte y filosofía crecen ahora en mí juntos de tal
manera, que en cualquier caso alguna vez pariré centauros”. Con la palabra
“ciencia” se refiere a la filología y al estudio y comprensión del mundo
griego; con la palabra “arte” alude a la ópera de Wagner; y con la palabra
“filosofía” a la metafísica de Schopenhauer.
No es de extrañar que esta
mezcolanza de ciencia, arte y filosofía no fuera comprendida por los filólogos
de su época. Su escrito sobre El origen de la tragedia tenía que ser, para
muchos eruditos de la filología de aquél entonces -como U. von
Wilamowitz-Möllendorff-, no más que una “ingeniosa borrachera” (geistreiche
Schwiemelei), al decir de su maestro Ritschl en su diario privado.
Me parece que con esto ya tienen un
buen panorama. A medida que vayamos leyendo un poco más, espero poder
escribirles algún otro texto que les pueda servir de introducción a esa obra tan
pero tan hermosa: Die Geburt der Tragödie.
¡Sean felices!
Rodrigo
Comentarios
Publicar un comentario